domingo, 11 de noviembre de 2007

Elogio de Gollum

Hay pocos bichos que me produzcan tanto sentimiento de atracción-repulsión como las arañas. Juraría que es algo instintivo e innato para mi especie de homo-sapiens. Algo natural si nos paramos a pensar que el humano estándar tiene la mitad de extremidades, una octava parte de ojos funcionales, muchos menos pelos sensitivos en el cuerpo, no produce veneno (aunque alguna lengua venenosa haya que esquivar de vez en cuando) y, sobre todo, no acostumbra a colgarse de ningún tejido orgánico autosegregado. Puagh.

¿Muslo, pechuga, abdomen o cabeza? Re-Puagh.

Las arañas reales son visualmente horrendas, muy rápidas en su tela, inmisericordes con sus presas, e insaciables hasta el punto de convertir en carcasas totalmente desecadas a los pobres bichejos que caen en sus trampas mortales. Y encima hay algunas que son muy venenosas. Y también las hay que son gordas como centollos. Y... mejor lo dejo ya, porque me está picando todo el cuerpo como si me lo estuvieran recorriendo de arriba a abajo un par de artrópodos de estos con ocho patas.

Tanto es así, que es mi mente racional la que se las tiene que ver con ellas normalmente, esa parte de la mente que es capaz de analizar la diferencia de fuerza, tamaño, inteligencia y capacidad tecnológica que hay entre yo y la araña que se cruza en mi camino. Porque mi mente irracional está perdida desde niño: miedo que viene de una experiencia real magnificada por el cine en una mente impresionable... Y es que tengo que reconocer que yo he sacrificado hormigas negras cazadas y vivas arrojándolas a la tela que tapizaba la entrada de agujeros en piedra que eran guarida de ese bicho asqueroso pero sorprendente. Recuerdo esperar que el movimiento de la pobre victima alertase a la dueña asesina y el estremecimiento sobresaltado cuando ésta sacaba medio cuerpo y cuatro patas para recoger la ofrenda. Asco, sorpresa y un escalofrío de miedito por la espina dorsal que nunca fui capaz de admitir en público. Por eso, se me quedó grabada aquella escena (creo que final) de la primera película en video que se vió en mi casa (que puede ser esta, pero juro que no soy capaz de acordarme de título ni argumento). En ella, un remedo de Conan mandobleaba rítmicamente la entrada de una cueva de la que salían unas patas gigantes, negras y peludas que amenazaban con la condenación. Él, (y yo, porque llevaba una hora y pico sintiéndome francamente identificado con un bárbaro cuadrao, rubio y con espadón), era la hormiguita a merced de una fuerza negra de la naturaleza. Ya tienes las pesadillas fabricadas y el trauma infantil a punto. Sigh.

Pero, sinceramente, hay bichos que me sacan más de quicio. Odio, odio, odio a las moscas de todos los tamaños y colores, sobre todo en este tiempo que ni frío ni calor, ni pa tí ni pa mi. Porque se ponen muuuuucho más pesadas que en pleno verano, atontadas y sobonas como si estuvieran con dos copas de más. Resulta que, al menos aquí, aún no ha venido el frío que destierra definitivamente a estas criaturas, pero ya hace suficiente para empujarlas a refugiarse en casas y oficinas. Y la paciencia no basta para bregar con ellas.

Concursos de cacerías "mosquiles" en familia. Guerra química al estilo ZZ-Paff. Tacos de folios enrrollados a modo de matamoscas. Palmadas al aire. Cualquier método es válido para acabar con la plaga cansina. Por eso, yo quiero entonar un elogio a Gollum.

"No me mires asín, leches, que te voy a echar un piropo..."

Y conste que es irónico, porque por esto que hoy alabo le volví a coger manía al personaje la primera vez que leí el libro. Porque resulta que decide que, ya que no puede con dos hobbits fuertes, bien alimentados y armados con un montón de cuerdas élficas que queman como tizones, le dejará el trabajo sucio a Ella. A Ella-la-Araña. Shelob para los foráneos. Sólo bastará llevar a este par hasta su guarida y Ella hará el resto, "porque siempre tiene hambre, ssssssiiiii mi tessssoooooro, y está harta de apestosa carne de orko..."

¿Cómo no reconocer su genio si en realidad funciona?... Logras tu objetivo sin mancharte las manos, permitiendo que ellas se alimenten a discrección. Así que en mi casa hace tiempo que no se cazan arañas, porque me he dado cuenta que tienen reducida la población de moscas y aún no he visto ninguna cucaracha. El mérito no sé si será de ellas o del destino, pero estarás conmigo en que Mr. Smeagol era un visionario del control integrado de plagas. Estoy hasta por proponerlo para el Premio Nobel de algo el año que viene (si se lo han dao al caradura de Gore, se lo conceden seguro...)

"La cena va a tardar... piiiiitas, pitas, pitas, pitas..."

Sólo me queda confiar en que, a partir de ahora, las moscas no traigan a Dardo en la cintura ni un frasquito de luz de la estrella de Earendil en el morral...

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