jueves, 13 de septiembre de 2007

Mis cien balas: Silencio (3)

Jejejejejejejeje...

Me he comprado un silenciador. Y ya lo he estrenado...

Negro mate, ligero y con "agujeros de velocidad".
Y por la mañana te puedes beber el colacao como si fuera una pajita...


Ha merecido la pena. Aunque reconozco que ha sido una locura.

El viaje de cinco horas de ida y otras cinco de vuelta ha sido una paliza considerable.
La soledad de la carretera, conduciendo de noche, ha sido una prueba para mi mermada cordura.
La entrada en la reventa ha sido prohibitivamente cara y dificilísima de encontrar.
Soportar con la cazadora puesta toda la primera parte, mientras saltaba y gritaba, ha sido como llevar una sauna portátil adosada y funcionando.
Pasarme más de 6 minutos lavándome las manos en el baño del Palacio de los Deportes hasta quedarme solo, ha sido una prueba de templanza digna de un inspector de soldaduras en una instalación nuclear.
Comprobar lentamente el engrase de la corredera, el cargador lleno, el deslizar del seguro y el equilibrado de la pistola mientras escuchaba la alegría histérica que ha sido el tercer cuarto del partido contra Alemania, ha sido una sensación de irrealidad especial...

Pero cuando ha llegado el momento, estaba extrañamente calmado.

¡Cla-chlack!

Sólo tengo que bajar despacio por el pasillo de la tribuna, esperando que la apisonadora de rojo, liderada por ese tío con barba que parece enanito entre torres de músculos, haga lo que mejor sabe hacer: machacar a los pobres rivales que le tocan. Ahí van al contraataque. Es el momento.

¡¡FFFPPPTTT!!
(cómo mola el silenciador)

"¡¡¡Ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-taaaaggggghhhhh!!!"... y silencio....

"Me pongo los casquitos vintage para que no me confundan con el balón. ¡Jugón!"

Un disparo a bocajarro en el cuello, con el cañon casi tocando la piel. La sangre, tan discreta, empapa oscureciendo una pajarita de colores chillones. Ya no va a retransmitir a voces ningún partido más, ni del Eurobasket ni de la Liga.

Ni siquiera las montañas humanas que son Iturriaga y Epi, sentados a su lado, se han enterado. Y nadie ha echado de menos escuchar el alarido diciéndo "triiiiiiii-pleeeeeee" de Don Andrés Montes después de un tiro de Rudy Fernández. Es más, juraría que los he visto sonreír de medio lado mientras seguían comentando, aunque es difícil asegurarlo porque ya estaba enfilando la salida entre el rugido de la grada.

Vivirá, por supuesto. Para eso llevo una semana y media estudiando la anatomía del cuello, buscando un ángulo y una trayectoria para hacerle un boquete a la altura de las cuerdas vocales sin arrancárselas y sin tocarle la tráquea, el esternomastoideo, las vértebras, la glándula tiroidea, la carótida o algún ganglio importante. Sólo faringe y laringe. Por eso tenía que ser a bocajarro, para no fallar al tener retrocesos raros. Y, zas, locutor mudo, no muerto. En un año, recuperado. Si es que soy bueno en esto, leches. Aunque reconozco que he tenido que tener una cantidad indecente de suerte hoy, porque si no, cadaver.

Y sí. Sé que ha sido una locura. Pero he logrado una semifinal y una final de Eurobasket sin su narración histriónica y sin Toro XL (o como se llame el mejunje ese que anuncia). Así que sé que ha merecido la pena... ¿a que sí?...

He gastado una de mis cien balas irrastreables. Me quedan 94.

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