domingo, 8 de febrero de 2009

Mis cien balas: Limpieza (7)

Parece mentira cómo pasa el tiempo... Es hora de que lo haga, que llevo demasiados retrasos ya.

Los chismes estos no me han salido tan caros como me temía, porque no venden cepillos con púas de hierro ni aceite lubricante mineral en el Mercadona precisamente. Ya está todo encima de la toallita blanca, limpio y ordenado...

Por supuesto, siempre estaba en mi mente empezar de nuevo, pero me refrenaba en el último momento. Siempe surgía algo, más o menos inoportuno, que me valía de excusa para no volver a empezar, para dejarlo para mañana. Tranquilo, que hay tiempo de sobra.

Primero, quitar el cargador y la bala de la recámara, que estas cosas las dispara el diablo. Y comprobar con el dedito que está vacía con cuidado de que no se suelte la corredera y haga pupita en el dedo. Bien. Se tira de la corredera hasta el tope, se suelta un poquito para poder presionar el retén de un lado y se saca del otro, y ya sin retén se desliza hacia delante hasta que chasque el muelle recuperador. Veremos si no me salto un ojo...

Pero el día a día me ha ido dando toquecitos sutiles últimamente. Y contínuamente. Pequeños recordatorios cotidianos y constantes de la falta que me hacía retomar esto. Por necesidad. Por salud mental. Por cordura.

Vale, ya está el cuerpo de la pistola por un lado y la corredera con el cañón por otro. Se saca el muelle recuperador y su guía con la corredera panza arriba, y lo mismo con el cañón. Ta-chan. Ni se me ocurre desmontar nada más allá, que luego seguro que me sobran piezas al montarla de nuevo. Ahora a limpiar.

"No me impresiona. Mis construcciones de TENTE tenían más piezas..."

Cuando te dejas llevar, te arrastra la corriente. Es normal, nos pasa a todos. Es cómodo flotar indolente, sin hacer más esfuerzo que tener la cabeza fuera y sin más molestia que las salpicaduras en los ojos cuando el agua acelera. Suave flotar en la corriente. Lo más fácil.

Es curioso cómo se adhieren las particulillas de metal en los bordes del riel de la corredera. ¿De dónde saldrán que está el cuerpo de la pistola lleno? Supongo que son restos de casquillo, plomo y polvo que se aglutinan con el aceite y se van acumulando. Y se pegan como lapas al metal liso. El cañón es lo fácil, una baqueta y un trapito fino y sería capaz de verle las estrías balísticas si las tuviera. Un frote a la aguja percutora y listo. Limpita y reluciente.

Pero cuando te duermes en la corriente acabas muy lejos de donde te metiste en el agua. Y hay que volver andando y cuesta arriba, porque no estoy hecho para remontar la corriente nadando como un salmón ni tengo suficientes fuerzas para intentarlo. Y andar cuesta arriba cansa. Y estar cansado molesta. Y estando molesto es más fácil darse cuenta que el color del mundo no es rosa ni verde esperanza, ¿verdad?

Se coloca el cañón en su sitio, un poco de aceite lubricante al muelle y a las guías de la corredera y se vuelven a ensamblar las dos partes, cuidando que el muelle de recuperación se quede centrado en su sitio y que el conjunto deslice bien desde el martillo hasta el tope del cañón. Suave y silencioso, perfecto. Se comprueba que el retén del casquillo queda donde debe con la corredera en sus dos posiciones principales, no vayamos a tener sorpresas raras luego.

El mundo es tirando a feo. Pero gran parte del tiempo decido, más o menos inconscientemente, ignorarlo. Mi burbuja es controlable y lo suficientemente pequeña para que sea manejable. Los altibajos no son para tanto, ni la rompen ni la fortalecen. Y los picos y bordes afilados del mundo que hay fuera se ven suficientemente borrosos para acusar el peligro de pincharse y cortarse.

Se colocan los retenes de la corredera, se la suelta y ¡clatch! Pistola montada. Adentro el cargador, que se desliza sin un mal roce ni un leve ruido. Click. ¡Cla-chack! Bala a la recámara. Seguro puesto y a la sobaquera. Estoy listo.

Estoy de vuelta. Cansado y un poco cabreado, la mejor disposición para hacer lo que haya que hacer. Además me quedan 87 balas irrastreables y un factor de curación que me mantedrá con vida. Y siempre habrá tantos entuertos que desfacer. Tantas lecciones que dar. Tanto gilipollas...

...y tan pocas balas.


1 comentario:

Cincibastro dijo...

Me ha gustado lo de la burbuja...lo bueno que tiene es que no te afectan las cosas, lo malo exactamente lo mismo.

Por cierto, que la letrilla pequegna me da hasta miedo leerla...pareces Gollum.