jueves, 1 de enero de 2009

Mis cien balas: Desencadenado (5)

Que esté ya decidido no lo hace mucho más fácil, aunque yo pensaba que sí. Es un mal momento para que entren las dudas y los temblores en la mano que empuña la pistola, ¿no crees?

Así que tranquilo. Respira hondo un par de veces y vuelve a apuntar. Abajo y en diagonal. Olvida que detrás del metal oxidado del grillete está tu tobillo. Recuerda los cientos de veces que lo has visto hacer en malas películas y deja de se vaya la rigidez del hombro y el codo antes de apretar el gatillo.

Trata de olvidarte de la posibilidad de volarte el pie pensando en que fuiste tú mismo el que ajustó los cerrojos de metal para no poder andar y no mover las manos demasiado. Y no me valen las excusas de "me estaban obligando" o "en realidad, yo no quería hacerlo". Asume que estás aquí encerrado y encadenado porque no te resististe demasiado a las órdenes de la rutina comodona que ha regido tu destino los últimos meses.

"...sí, sí, lo reconozco por cómo le huelen los pies..."

Fui débil y conformista. Aunque durante este tiempo he comido, dormido y trabajado con comodidad, ni me he alimentado bien, ni he descansado realmente ni estoy más cerca de ninguna meta profesional o personal que entonces. Se vive tranquilito en el limbo, la verdad. Pero ya basta.

Después de disparar a la cadena del pie, podré moverme lo suficiente para colocar la cadena de los grilletes de las muñecas en el suelo, con un ángulo adecuado para romperla de un balazo sin volarme los sesos con el rebote de la bala. Supongo que el tirón será fuerte, pero ya no me preocupan las cicatrices de las muñecas. Factor de curación, jejeje. Además hace demasiado tiempo desde el último intento de quitármelas a tirones, por lo que ya ni sangran ni duelen. Tampoco es que las heridas de esos intentos de romper las esposas fueran muy profundas, claro. Creo que el subconsciente sólo quería librarme de la responsabilidad moral de no haber intentado escapar por lo menos una vez...

Venga, respira. Tienes todo el tiempo por delante a partir de que descerrajes la puerta esa de un tiro. Como si fuera año nuevo, podré hacer todos los buenos propósitos que quiera. Desde conquistar el mundo a desperdiciar miserablemente mi tiempo, cualquier cosa es mejor que la indolencia de dejar que se escurran las horas sin pena ni dolor ni gloria. Saldré para recuperar la libertad de decidir, de buscar objetivos, de esforzarme, de divertirme, de pasar las de Caín o de perder la vergüenza. Revivir, al fin y al cabo. Siempre que no termine con unos gramos de plomo en el cuerpo, claro...

Hala, el momento ha llegado. Crom, cuenta los muertos. Alea jacta est. Al carajo. Ahora o nunca.

¡¡BLAM!!

La reacción del grillete al golpe de la bala en el cierre es una herida en el tobillo por el otro lado. Pero se curará. Mi pie sigue entero y la cadena anclada en la pared hecha polvo. Sigue ahora que estás vivo y en racha, chaval...

¡¡BLAM!!

El disparo ha dado menos miedo, pero me voy con unas bonitos eslabones colgando de cada muñeca. Muñequeras Heavy-metal. Mola. Ya me las quitaré más adelante. Vámonos de aquí de una vez....

¡¡BLAM!!

Desde tres metros, este chisme hace unos agujeros curiosos. Ha quedado uno gordo dónde antes estaba la cerradura, desde luego. Y el sonido rasposo de la corredera al volver a su sitio me recuerda que la pistola está deseando encasquillarse otra vez porque nunca la he limpiado en condiciones.

Pero ahora me tengo que ir, que las puertas del mundo, del cielo y del infierno se me han abierto y me siento como un heroe espartano encargado del trabajo sucio de algunos dioses del olimpo.

"...doctor, que me ha salío una roncha colorá por toa la espalda y los brazos,
y no se imagina lo que tengo que hacer pa' rascármela..."


Hala, ya me podéis soltar a los monstruos... que hoy he gastado tres de mis cien balas irrastreables. Me quedan 87.

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