lunes, 30 de marzo de 2009

¿Cambiar para qué?

Pero, ¿tú quién te has creído que eres? ¿Cómo puedes tratarme así, con este desprecio? ¿Desde cuándo soy de tu propiedad para que me utilices a tu antojo sin que yo tenga derecho a dar mi opinión? ¿Por qué siempre te las apañas para imponer tu voluntad sin pararte siquiera a pensar qué puedo sentir yo o en qué me pueden afectar las decisiones que tú tomas por los dos? ¿Y por qué estamos teniendo esta discusión otra vez, como si fuera una tradición enfermiza y recurrente?

No sé si te diste cuenta, pero anoche en la cama no me pude dormir hasta muy tarde. Supongo que fue más por cabreo con la situación que por falta de ganas, pero no podía pegar ojo. Tampoco sé si ni siquiera te importaba como estaba yo, a decir verdad. Tú habías tomado tu decisión, habías hecho tu discurso justificativo, habías dictado tu sentencia y no había nada más que hablar. "Hasta mañana, que descanses", dijiste. Y te diste la vuelta sin más, dejándome sin derecho a exponer mi punto de vista, dando por finalizada una conversación que ni siquiera llegó a serlo nunca. Supongo que a los pocos momentos estabas durmiendo, igual que tu tranquila conciencia. Pero te informo ahora, ya que ayer parecía darte igual, que mi desconcierto e indignación no me dejaron dormir.

Estoy harto de tu abuso, de que siempre tengas que tener razón con tus justificaciones lógicas y pragmáticas, con tus respuestas para todo, con tus "es lo que toca" y tus "ya verás como no es tan malo". Estoy harto de ser yo el que sufra invariablemente las consecuencias dolorosas de lo que tu mente fría y racional nos impone a los dos. Harto, ¿me oyes?, harto...

Que sepas que lo que para ti supone solamente reestructurar levemente tu esquemita mental, para mí supone una vorágine de adaptaciones, cambios de ritmo, organización, replanificación de horarios, y descalabros psicosomáticos que no eres capaz ni siquiera de imaginar. Y encima, siendo como eres, querrás que esté radiante, contento, en forma y preparado para dar lo mejor de mi mismo delante de tus compromisos de siempre...

Pues siento desilusionarte, pero no. No funciono así. No soy una máquina. Asúmelo ya. Sólo soy un ser humano.

Y mejor será que tengas cuidado con lo que me dices ahora, mucho cuidadito... Porque como se te ocurra siquiera insinuar, como haces siempre, que así podemos ahorrar un poquito más, te juro que no respondo. No me vas a dejar más alternativa que destrozar delante de ti todo lo que pille. Y entonces sí que nos va a hacer falta ahorrar. O también podría tomarla contigo, como tú la has tomado conmigo con esta ocurrencia tuya... ¿A que ya no es tan provechoso a la larga?

Soy tu cuerpo, maldita sea. Y ya va siendo hora de que me tengas en cuenta alguna vez antes de decidir por tu cuenta y "por el bien del hemisferio norte” cambiar de horario otra jodida vez, como todos los años. No me vas a convencer de lo que sé, lo pintes como lo pintes. Y lo que sé con todas las fibras musculares y cartilaginosas de mis tejidos es que me has hecho levantarme a las cinco menos cuarto de la mañana, cabronazo. Y seguro que mañana lo vuelves a hacer…

Que tú serás muy listo, cerebro, pero yo no soy de piedra. Y tómatelo como una advertencia lógica de esas que tanto te gustan: que arrieritos somos, gris, arrieritos somos…

jueves, 26 de marzo de 2009

Experimento Reloaded

Son las 6'52 y estoy saliendo de la estación.

Ayer, sin tener ni idea cómo pasó, perdí un post enterito que ya tenia casi listo para publicar. Y me quedé con la cara de desconcierto del Sabina cantando aquello de "...quién me ha quitado el Word de ahí, cómo pudoooo sucederme a mí...".

Resulta que el sistema operativo de la PDA no contempla el concepto de “papelera de reciclaje”, tan útil para los torpes que borran las cosas sin querer, así que ya sé por qué la mía es HP: Hija Puta.

Después de los lamentos y las maldiciones, una vez que asumí que no había nada que hacer para recuperarlo, cerré el Blogger, apagué el ordenador y me fui rezongando a la cama: "no me podía haber pasado con uno de los textos cutres, no... Se me borra justo el que explicaba el experimento este de escribir en el tren… Cagüentó...".

Y ahora, plenamente consciente de que no voy a tratar de escribir aquello que ya estaba satisfecho de haber escrito, te toca soportar el resultado de otro experimento de los que hablaba: prepárate porque esto es lo que te espera de aquí a unos meses.

Mientras mi asiento cabecea a casi 300 km por hora, yo tecleo en un teclado plegable a pilas que se comunica por bluetooth con mi PDA de segunda mano. El hecho puede ser risible en un tren lleno de currantes especializados y de aparatos más modernos (y caros) que mi montaje de chismes.

"Voilá, el gabinete del Doctor AKAligari. Jia, jia, jia..."

El resultado del tecleteo será como el de siempre: unos días tendré mucho que contar, otros poco. Algunos estaré lírico y soñador (si no directamente dormido) y habrá días que supure mala leche. Aunque hay una novedad: lo que salga en este trayecto de 45 minutos te va a llegar en forma de post al factor casi intacto, porque aprendí hace bastante tiempo ya que no soy bueno editando textos. Es que me pasa que, cuando me releo, acabo descartándolo todo o reelaborándolo todo o matizándolo hasta el extremo todo de nuevo. Y acabo aburrido del tema, de las formas, de las ideas y de mi mismo y mi pesadez. A mi me funciona el "aquí te escribo, aquí te mando". No es un afán de superación que ojalá tuviera. Creo que se llama soberbia y presunción, espero que en pequeñas dosis no tóxicas.

Así que lo que pretendo es sacarme esas espinitas de ganas de escribir afiladas a base de PDA y teclado bluetooth, desinfectar un poco los pinchazos con el agua oxigenada del corrector ortográfico (que estoy echando mucho de menos mi eñe y mi tilde al lado de mi meñique derecho en este teclado yankee) cuando llegue a casa por la noche, y ponerme las tiritas insertando alguna fotillo si tercia y dándole al botón de "publicar".

No sé lo que saldrá de estos "experimentos" (en principio y por tu bien, espero que tochos más cortos de los normales). Pero, oye, la verdad es que, hasta ahora, tampoco he sabido nunca cómo iban a cerrar las heridas cuando me ponía delante del teclado para dejar actuar a mi factor de curación.

Son las 7'24 y estoy llegando a la estación. Experimento terminado. Ya me darás informe de resultados.

lunes, 23 de marzo de 2009

Treinta y cuatro

Cuando lo primero que se te viene a la cabeza al pensar en "34" es que son las dos ultimas cifras del número del Reglamento europeo de 2007 que compila en 250 paginas otros 22 Reglamentos que ya te tenías que haber estudiado, es que no hay mucho que decir de la cifra en cuestión, irrelevante donde las haya.

Porque mira que es un número feo... No es primo, no evoca nada, no se te viene a la cabeza de forma espontanea, no tiene un mote para cuando juegas al bingo, nunca pensarías en él para un "te lo do si aciertas el número entre 0 y 50 que tengo en mente..."

No hay (ni habrá jamás) una novela del futuro ambientada en el siglo 34, ni una histórica en el año 34 A.C., ni Sherlock viviría en el 34b de Baker Street, ni se fundaría un imperio entre las 34 colinas junto al Tíber. Nunca oirás hablar de los 34 espartanos en las Termopilas, de la pelea final de la novia contra los 34 maniacos, de la banda de la calle 34, de piratas de los 34 mares buscando cofres llenos de piezas de a 34, de la vuelta al mundo en 34 días o de la chatarra que hizo la Carrera Kessel en menos de 34 parasegundos. Batman nunca tendrá 34 modos de contraataque contra el malo de la UZI (17 desarman al mínimo contacto, 16 matan y 1… duele…). No vendrán 34 millones de naves de ningún planeta Raticulin. Ni habrá que reunir 34.000 dólares para comprar ese Mustang cascadísimo para llevar a la animadora rubia al instituto. No rodaran Rocky 34, ni tendrás sólo 34 balas en el cargador del rifle de pulsos de la USCM mientras bajas en el ascensor en busca de Nut. No habrá un grupo de condenados al patíbulo de 34 miembros en una misión suicida para matar al Führer. Ni disfrutarás una aventura de 34 semanas y media con esa rubia. Nunca serán 34 samurais. No marcaremos cuando sólo falten 34 segundos para acabar la final. Nunca vivirás 34 vidas.

También hay ventajas, quiero ser justo: no hay que cumplir 34 mandamientos; ningún asesino en serie va a llegar a las 34 víctimas; no hay ningún deporte en el que recordar a los 34 componentes de la alineación; no tendrás que trabajar las 34 horas del día; ninguna receta comestible va a tener 34 ingredientes macerando después de 34 minutos de cocción; el capitulo 34 de esa novela coñazo se lee en un santiamén; la mayoría de los muebles de IKEA tienen menos de 34 piezas; no hay mal que aguante a 34 horas de sueño; con 34 euros puedes invitar a tomar algo a casi todo el mundo; hay historias de amor verdadero que duran 34 minutos, horas, días, semanas, años o vidas; nadie te tiene que repetir las cosas 34 veces para que te enteres…

Pero he cumplido los 34 años (el tiempo escapa y las felicitaciones son bienvenidas) y algo tenía que decir sobre la cifra más insulsa del mundo.

Y aunque me siento como cuando tenía solo 33 años, no te voy a mentir en esto:

Ya estoy deseando cumplir los 35.