jueves, 2 de agosto de 2007

Escuchar es "de gratis" o está feo disparar en un teatro.

"Gratuíta"

Creo que era, a priori, una de las características más llamativa de la sesioncilla de teatro a la que fui la otra tarde aquí en CiudadCueva, porque es un tipo de actividad por la que, al menos en principio, no me cuesta trabajo pagar 3 o 4 veces el precio de una entrada de cine por muy dolby-surround-en-pantalla-de-alta-reflexión que sea el evento. Además que las oportunidades culturales en estas latitudes (a menos de 10 minutos andando de mi casa) no abundan precisamente.

Además, la obra estaba organizada desde mi oficina, como parte de un programa de incorporación de la mujer a la estrategia de desarrollo rural y como medida de un plan de igualdad entre hombres y mujeres etcétera etcétera, que lleva E. con mano firme y hábil desde hace un tiempo. Y, como me gusta el arte dramático este, allá que me fuí sin tener ni idea del título de la obra (que era "Paco y nosequé", viva mi memoria de pez) aunque con la sensación de saber perfectamente lo que iba a ver.

Acerté, por supuesto. Sólo estuve a oscuras de la trama el tiempo necesario para buscar un asiento en un teatrito pequeño y abarrotado. La obra era una sucesión de escenas de pareja, estereotípicas pero muy bien escritas. Me sorprendió la variedad y la fuerza de escenas, y más aún lo equilibrados que estaban los roles hombre-mujer, huyendo del recurso de malos y buenos que tanto se ve últimamente. Casos totalmente reversibles en las que el tío brasas y sinsustancia podía verse como un ama de casa aburrida y harta de estar sola, o la mujer que se acaba yendo sin querer irse después de mucha lucha con el marido bien podía ser un soldado de cualquier época que es enviado al frente... Sí, me gustó. Aunque salí con la sensación de que se oían más risas de las que las situaciones que presentaban debían despertar entre la gente, la verdad. Y aunque tuviera la impresión de que los monólogos finales salían de un anuncio de Mercedes aunque bien escritos y bien recitados. Me gustó mucho. Y la lección, aunque ya sabida nunca suficientemente repasada, de que hace falta escuchar de verdad a quien te está hablando para llegar a ponerte en su lugar, que ni de lejos basta con oir el ruidillo que hace...

Y (jo, se me ha escapao la seriedad pseudo-crítica con extra de moralina, perdón) además era de gratis. De lujo.

Pero hubo un momento en el que me sentí fatal, lo reconozco. Me dí cuenta que estaba tenso, erguido en el filo de la butaca, acariciando disimuladamente la culata negra de mi pistola con inmunidad diplomática, calculando ángulos de tiro, trayectorias y retrocesos para tratar de bloquear mi cerebro del sufrimiento. En el escenario, una mujer en una cita post-polvo-de-una-noche reía histérica y agobiaba hablando sin parar a un muchacho cada vez más acurrucado en su silla de madera. Y mis ganas irreflenables de que se callara llevaban a mi mano derecha a buscar una solución expeditiva.

Pero entonces me acordé del sombrero de Abraham Lincoln con un agujero de más y lo feo que está disparar en teatros desde entonces. Entre eso y el hecho de no saber de qué parte del subconsciente me salía el impulso, pude calmarme, entrar en razón, recostarme en mi asiento y seguir disfrutando del teatro.

Más tarde, en una terracita saboreando un gin-tonic en el que el Beefeater llegaba hasta más arriba de lo saludable en vaso largo, traté de comprender mi reacción. Como no lo logré con 2 litros de cerveza y un cubata en el cuerpo lo dejé por imposible. Porque lo era, porque mi experiencia me dice que no hay misterio que se resista a cierta tasa de alcohol en sangre: todo se simplifica y salta la verdad inmutable caiga quien caiga: trata de rebatirle a un borracho alguna de las frases clásicas que repite hasta la saciedad ("si quieres, puedes", "no tienes huevos", "estás constantemente, constantemente estás", "estoy sentando la cabeza", "anda, Pedro, ese es tu coche" y tantos otros ejemplos). Lo dicho, imposible.

Hasta las 4 de la mañana no lo supe, pero a esa mágica hora, luchando en mi cama con el calor y los latidos de mi cabeza, comprendí de dónde venía la pulsión de acabar con aquella risa y aquel tono histérico del escenario.
La actriz le ponía a su interpretación el mismo timbre que tiene perrito hijoputa de mi calle cuando ladra a la luna durante horas y horas justo justo los días que yo estoy fabricando una resaca...

2 comentarios:

Cincibastro dijo...

Hey Aka, me molan tus frases de borrachera :-)

Los borrachos no siempre tienen razon, que hay algunos con muy mala leche y como el alcohol les afina el colmillo, se aprovechan para meterlas dobladas.

A mi para solucionar esos problemas , mas que beber lo que me funciona es dormirme pensando en ellos, luego me levanto con la solucion.

Marnie dijo...

Has olvidado las ya míticas frases "Que guapo el gitano del autobús" y "Que me van a oir los suegros".
Por cierto, prueba la Hendricks gin, está mejor que cualquier otra (Beefeater, Bombay, Bombay Sapphire, gordons, Larios).