martes, 8 de diciembre de 2009

A la cola

La sorpresa inicial abre brúscamente los pozos negros de las pupilas y el contorno propaga el movimiento como las ondas en el agua quieta, de dentro hacia afuera. Los párpados se comban arriba y abajo, las cejas se levantan por el centro, comprimiendo la piel de la frente hasta su corona de blanco lacado. Simultáneamente, la mandíbula baja unos milímetros y el contorno de los labios inicia el movimiento hacia el centro, queriendo fruncir los labios en un círculo que acompañe al "Oh" de sorpresa que tan difícil es de evitar.

Este movimiento sólo dura un instante. La mandíbula ya se está tensando. Las arrugas de expresión de la boca se reorientan en paralelo cuando el músculo orbicular de la boca se contrae para formar una línea recta delimitada por los dos labios, al igual que las líneas de los párpados se juntan, reduciendo la superficie visible de los ojos a dos rendija estrechas en las que se puede ver que la pupila se ha cerrado, concentrando el negro en un punto afilado que atraviesa con la mirada incluso a través de los cristales de las gafas. Las cejas se comban convergentes hacia el puente de la nariz mientras el ceño se frunce, arrastrando en el movimiento a las arrugas cercanas de frente y ojos, orientádolas como los radios de un vórtice centrado en el inicio de una nariz cuyas aletas también se contraen. En un lado de la cara, el pómulo se crispa y tira de la mejilla hacia arriba, arrastrando al labio lo suficiente para que se abra y muestre, casi imperceptiblemente, un colmillo que se imagina cargado de desprecio, y el oído cree percibir el gruñido de advertencia que siglos de evolución y civilización no han logrado erradicar de los animales salvajes que en realidad aún somos.

A partir de ese momento, que apenas ha durado un segundo, la expresión se congela consciente o inconscientemente en una mueca que condensa contrariedad, enfado, condescendencia e indignación.

Y a mi, simple observador en esta ocasión, me resulta aterradora la reacción, que espero que sea inconsciente: resulta impresionante la cara de asco que puede poner una mujer mayor en la cola de un supermercado cuando otra igual que ella le dice "yo estaba antes"...

Conclusión: Si pretendes colarte delante de una venerable ancianita, ten cuidado, no pierdas el contacto ocular y protege tu yugular (que además puede tener la dentadura postiza afilada sin temor a perder el esmalte, recuérdalo).

Corolario: Si alguna vez se te cuela delante una venerable ancianita con el descaro y desparpajo que acostumban, no reclames tu turno a menos que estés en disposición de defender tu posición con uñas y dientes. Si no lo estás, mejor asume tu papel en la cadena trófica de los supermercados en hora punta, tierna ovejita...


1 comentario:

Cincibastro dijo...

Me he acordado de "Drag me to hell" de Sam Raimi, sale una vieja que encaja con esta entrada (y se redime de Spiderman 3).