domingo, 23 de marzo de 2008

Escalando en roca

Deja que te plantee una metáfora sencillita:

Mi oposición es una pared rocosa de piedra caliza orientada al sur.

Et voilà!
Pagued gocosa de piedga calissa oguientada al sug paga el señogg!
Eso convierte a mi rutina de estudio en la ruta de escalada que hay que seguir para llegar al exámen, que es como la reunión de la vía (sí, el cáncamo brillante que supone el final de la escalada se llama "reunión", a mi no me mires que no me lo he inventado yo...).
Por el cáncamo, que está incrustado en la roca que es el futuro, pasa la cuerda de seguridad que está bien atada a mi arnés, manteniéndome a salvo en caso de emergencia a muchos metros del duro suelo. Y sujetando esa cuerda, prestándome atención por si me resbalo, está todo el mundo que, como tú, me ayudáis y me animáis para que llegue entero a cima, permitiendo que me concentre en el estudio, que es como la trabajosa búsqueda de apoyos y agarres firmes para manos y pies un poco más arriba de donde estoy.
Supongo que para tí es una pequeña sorpresa: no doy el tipo de escalador, la verdad. Siempre he pesado demasiado. Demasiados lastres, poca fuerza, escasa confianza en mis posibilidades y carencia absoluta de técnica y objetivo. Y, claro, ahí están los resultados de los intentos anteriores: mucho sudor y muchas agüjetas, pero poca altura sobre el nivel del mar.
Esta vez es difierente. No sólo por la preparación y dedicación que le estoy echando desde que empecé a escalar, que me tiene sorprendido hasta a mi mismo, sino porque también cuento con la bolsita de magnesio secreta: tengo la firme voluntad de llegar al exámen y hacerlo lo mejor posible (que espero que sea suficiente para aprobarlo, la verdad...).
Además, que ya estoy demasiado arriba como para bajarme de la pared, qué leches...

"Pues yo hubiera jurado que había un escalón por aquí cerca..."

El caso es que a estas alturas (jejeje...) me temo que no puedo hacer otra cosa que seguir. No me puedo permitir pararme a descansar mucho rato seguido, porque me costaría un mundo poner en marcha de nuevo a mi cuerpo (...mis músculos son cobardes y supersticiosos...). No puedo mirar hacia abajo para verte un momentito, porque me podría entrar vértigo del malo. No se me ocurre pegar voces para charlar un rato con los que estáis ahí, porque bastante trabajito me cuesta convencer al aire de que entre en mis pulmones y alimente a mis células maltrechas. Sólo me agarro fuerte, miro hacia arriba, tanteo buscando un agarre nuevo, me impulso, cambio el apoyo de los pies, resoplo un poquito, me paro unos segundos muy muy escasos mientras me agarro fuerte y miro hacia arriba de nuevo.

Ya estoy cerca del final de la ascención. Veo cómo refulge el metal de la reunión pero también veo que esta parte de la pared es la más lisa y traidora. Así que sea lo que Dios quiera. Cuando llegue, que llegaré, pienso dedicarme a sentarme un rato en el arnés, a respirar aire puro a pleno pulmón, a ver el paisaje a mi espalda, a reirme de que parecéis hormiguitas hacendosas ahí abajo (trabajando, y trabajando, y trabajando... jeje, tiene que ser curioso de observar para un parado eventual, jeje...), a plantearme en serio una dieta para no tener que encaramar tanto lastre y a hacer firme propósito de no acercarme a ninguna masa rocosa sin escaleras en una laaaarga temporada.

Todo muy bonito, muy bonito, pero que será sólo cuando llegue por fin el día del examen...

Ahora toca resoplar brevemente y p'arriba de nuevo. Jo, cómo me pesa el culo...

sábado, 22 de marzo de 2008

Diga 33...

Cuentan mis padres que parte de la costumbre que tengo de llegar un poquito más tarde de lo previsto me viene desde antes de llegar al mundo. Desde el primer "zafarrancho de combate" de contracciones y carreras hacia el hospital hasta que decidí que era momento de nacer pasó más o menos un mes completo.

Mientras mi padre iba y venía cuando podía desde el pueblo a 50 km. (que en esa época contaban por 150 de ahora), mi madre se quedó ingresada y veía pasar el tiempo mientras paseaba, leía, descansaba y, supongo, me trataba de meter prisa mentalmente para que hiciera el favor de venir al mundo de una bendita vez.
De aquello hace 33 años.

Finalmente nací en víspera de un Domingo de Ramos, como si hubiese esperado lo suficiente para disfrutar un tiempo de fiesta, resurrección, descanso y rebrote. Porque no se puede negar tampoco que, puestos a nacer, es mucho mejor hacerlo en marzo que en febrero y muchísimo mejor el segundo día de primavera que el último o el penúltimo del invierno. Y, por si fuera poco, a las cinco y pico de la tarde, justo a tiempo para la merienda... miel sobre hojuelas, jejeje...

Cumplo 33. Ya estoy hecho un mocetón. Dieciséis castañas y media en cada pata. Y parece que fue ayer cuando repartía caramelitos en el colegio y esperaba con avidez los regalos alrededor de una tarta. O cuando ayer por la noche me achicharraba el brazo al hacer migas para todo el mundo en el campito. O esta mañana tempranito, recibiendo felicitaciones por teléfono porque estaba lejos de casa....

Supongo que, por esa regla de tres, mañana y pasado mañana (cuando cumpla 34 o 45 o los que sean) están ahí, a la vuelta de la esquina... pero me da igual. Aquí estaré esperándolos, tratando de disfrutar y de marcar un poco la diferencia a mi alrededor durante el tiempo que se me ha dado. Por lo pronto, brinda conmigo por mi salud y larga vida.

Y píde otra ronda, que hoy invito yo...