lunes, 21 de diciembre de 2009

Último día

La mañana empezó negra y brumosa como debe ser el vaho del aliento de un lobo. Niebla cerrada y frío como aperitivo del día en el que se acababa su contrato laboral.

No era una sorpresa desagradable como la que le acababan de dar a los compañeros, avisados de despido fulminante con los mínimos 15 días de antelación de rigor. Lo sabía desde el mismo día que dijo que no le importaba incorporarse a la oficina al día siguiente. Pero no era algo que suavizase el hecho de que era su último día de trabajo.

El dia se aclaró apenas para distinguir día de noche, dejando al sol con un halo plomizo y triste que tenía el tono de las mantas grises de los soldados que se encaminan hacia el frente. El viento lento, refugiado en las esquinas umbrías, deliberadamente enfriaba hasta el calor humano de los parabienes y las despedidas, ojalá, hasta pronto.

Cuando todo estuvo resuelto y recogido, con la carga de los papeles que se llevaba en las manos y los pasillos y salas vacías, como el símbolo del futuro huero entre las paredes de unas oficinas que le habían acogido durante estos meses ya terminados. Los ecos de sus pasos en retirada resonaban en los pasillos, en la escalera y en la entrada de acdeso en la que ya sólo quedaban un par de polvorones en una caja terminada y un culín de anís. Seco, por supuesto. Como su contrato.

Y fue en el preciso momento de poner el primer pie fuera de la puerta cuando cayó la primera gota. Las nubes empezaban a llorar, despidiéndose con unas lágrimas que iban en aumento mientras caminaba lento y cargado de hombros hacia su coche solitario en el aparcamiento.

Y, como no podía ser de otro modo, su pensamiento acompañó a la lluvia, a la melancolía sincera de esta mañana del último día de trabajo, de la única forma posible en sus circunstancias:

"Empieza a llover. Perfecto. Bonita forma de empezar las vacaciones, con las ganas que les tenía... Que ya era hora, pardiez. Y a ver cuánto tiempo me dura la libertad, que tengo un montón de cosas que quiero hacer por gusto, por fin..."

martes, 8 de diciembre de 2009

A la cola

La sorpresa inicial abre brúscamente los pozos negros de las pupilas y el contorno propaga el movimiento como las ondas en el agua quieta, de dentro hacia afuera. Los párpados se comban arriba y abajo, las cejas se levantan por el centro, comprimiendo la piel de la frente hasta su corona de blanco lacado. Simultáneamente, la mandíbula baja unos milímetros y el contorno de los labios inicia el movimiento hacia el centro, queriendo fruncir los labios en un círculo que acompañe al "Oh" de sorpresa que tan difícil es de evitar.

Este movimiento sólo dura un instante. La mandíbula ya se está tensando. Las arrugas de expresión de la boca se reorientan en paralelo cuando el músculo orbicular de la boca se contrae para formar una línea recta delimitada por los dos labios, al igual que las líneas de los párpados se juntan, reduciendo la superficie visible de los ojos a dos rendija estrechas en las que se puede ver que la pupila se ha cerrado, concentrando el negro en un punto afilado que atraviesa con la mirada incluso a través de los cristales de las gafas. Las cejas se comban convergentes hacia el puente de la nariz mientras el ceño se frunce, arrastrando en el movimiento a las arrugas cercanas de frente y ojos, orientádolas como los radios de un vórtice centrado en el inicio de una nariz cuyas aletas también se contraen. En un lado de la cara, el pómulo se crispa y tira de la mejilla hacia arriba, arrastrando al labio lo suficiente para que se abra y muestre, casi imperceptiblemente, un colmillo que se imagina cargado de desprecio, y el oído cree percibir el gruñido de advertencia que siglos de evolución y civilización no han logrado erradicar de los animales salvajes que en realidad aún somos.

A partir de ese momento, que apenas ha durado un segundo, la expresión se congela consciente o inconscientemente en una mueca que condensa contrariedad, enfado, condescendencia e indignación.

Y a mi, simple observador en esta ocasión, me resulta aterradora la reacción, que espero que sea inconsciente: resulta impresionante la cara de asco que puede poner una mujer mayor en la cola de un supermercado cuando otra igual que ella le dice "yo estaba antes"...

Conclusión: Si pretendes colarte delante de una venerable ancianita, ten cuidado, no pierdas el contacto ocular y protege tu yugular (que además puede tener la dentadura postiza afilada sin temor a perder el esmalte, recuérdalo).

Corolario: Si alguna vez se te cuela delante una venerable ancianita con el descaro y desparpajo que acostumban, no reclames tu turno a menos que estés en disposición de defender tu posición con uñas y dientes. Si no lo estás, mejor asume tu papel en la cadena trófica de los supermercados en hora punta, tierna ovejita...